Es importante, que las personas que ministramos seamos íntegros en el cumplimiento de nuestras palabras.
Jefté, uno de los últimos jueces (caudillos) de Israel, es tristemente célebre por la necedad del voto que hizo al Señor. Buscando obtener la victoria sobre los hijos de Amón, contra los cuales estaba luchando, se comprometió a ofrecer en sacrificio al Señor lo primero que le saliera a su encuentro al regresar a casa.
Lo dramático del suceso fue que, la primera persona que le salió a su encuentro era su hija; la cual tuvo que ofrecer en holocausto (fue quemada íntegramente).
Sin perder de vista lo necio que puede ser entrar en este tipo de acuerdos con Dios, debemos rescatar del ejemplo de Jefté un elemento importante, y es que era un hombre fiel a su palabra.
En el Salmo 15, el autor pregunta: «Señor, ¿quién morará en tu santo monte?» Entre las cualidades que incluye en su respuesta, se encuentra aquella persona que, aun jurando en perjuicio propio, no cambia (15.4). ¡Cuán deseable es esta cualidad en la vida de un líder, de un diácono, de uno que ministra en la iglesia!
Muchas veces, en el apuro y las corridas del ministerio, nos comprometemos con alguna actividad que luego trae inconvenientes a nuestra vida.
En otras ocasiones, nos traiciona el deseo de agradar a los demás, y damos nuestra palabra con respecto a algo. Cuando llega el momento de cumplir lo que hemos prometido, nos damos cuenta de que nos hemos metido en un aprieto porque no podemos cumplir; o cumplir redundará en perjuicio nuestro.
Es importante que las personas a quienes les estamos ministrando vean que somos íntegros en el cumplimiento de nuestras palabras (compromisos). Esto significa que, aun cuando nos hemos metido en una situación que nos perjudica, mostremos fidelidad en cumplir lo que hemos prometido hacer.
El esfuerzo que hacemos por guardar el compromiso asumido dejará una importante lección acerca del peso que le damos a nuestras palabras; además de demostrar que valoramos profundamente a las personas con las cuales nos comprometemos.
Para meditar
Eugenio Wolyniec